Concurso de microrrelatos San Fermín 2016

Concurso de microrrelatos San Fermín 2016

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Concurso de microrrelatos San Fermín 2016

Conocemos a los ganadores del concurso literario de microrrelatos de San Fermín 2016.

204 palabras es todo lo que tenían y las aprovecharon bien. Hablamos de las personas que se animaron a enviar su relato al concurso de narraciones anuales sobre una de las fiestas más populares del mundo. San Fermín, naturalmente. ¿Se puede reflejar lo que supone esta fiesta en tan poco espacio? Creemos que sí y por eso hemos vuelto a patrocinar este concurso literario. Pero la respuesta final solo la pueden dar las lectoras y los lectores. No tenéis por qué ir muy lejos. A continuación, los relatos ganadores que se publicarán junto con el resto de finalistas, 19 en total.

Concurso de microrrelatos San Fermín 2016

Relato ganador: Los mejores fueron los míos

Sanfermines son 20 años y la noche por delante. Ningún programa puede superarlo así se escandalicen los "peteuves". Los esencialistas dirán que nada emociona como la jota de la procesión. Los puristas emularán como 'lo más' la impresión del encierro. Yo me quedo con aquella tarde de toros merendando ajoarriero en la plaza. El torero, abajo y yo arriba, a ritmo de charanga lidiando con unos ojos recién descubiertos, tan clavados en los míos que temblé como novillero novato ante un 'cebada'. Nada como aquel instante de agujas en la tripa. O tal vez, sí. La madrugada de pollo y pacharán en la verbena del 'Jito'. La orquesta tocaba Sabina y mi amigo y yo devorábamos un coco que un guiri ofreció a cambio de la botella. No me digan que para fiestas las de antes porque hoy todo es ruido y suciedad. O sí. Los mejores sanfermines fueron los míos. Los de la tarde de toros y ojos o la noche en que me dieron la 1, las 2 y las 3 sostenido por un amigo cuando ni Sabina imaginaba que le estábamos escribiendo la canción. Teníamos 20 años y la mirada siempre por encima del suelo. Demasiado elevada para ver las vomitonas.

Segundo ganador: so far away, tan lejos

Un resplandor de luz anegando la habitación le impedía seguir durmiendo, así que se levantó, impaciente, antes de la hora. Se vistió despacio adrede, serio, convirtiendo su lentitud en un ritual. La camisa, tan pulcra; los pantalones planchados, con una raya diáfana surcando la pernera.

Siete de julio. Primer encierro.

Salió de casa intranquilo y decidió apurar para encontrar despejado su tramo. Creyó distinguir el cohete dinamitando la mañana. Entre la muchedumbre presintió la manada, cómo subían desde Coney Street, doblaban la esquina de King’s Square y enfilaban Stonegate. Consiguió un hueco y le pareció sentir el bufido del toro, la negra mirada de su desengaño mientras él se apartaba de sus astas, convirtiéndose en aire.

Entró al restaurante donde trabajaba, regresando del peligro tras ese encierro inventado por su nostalgia. Hello, dijo con un acento abrumado por la realidad. Aún cerró los ojos, desmintiendo los 1640 kilómetros, y soñó que volaba por Estafeta hacia el callejón de la plaza, inmerso en la gloria de sus carreras.

Antes de empezar turno, cumplimentó esa costumbre de después del encierro cuando aún vivía en Pamplona. Con los dedos borrachos por la emoción, marcó el teléfono de su casa, tan lejos.

—¿Mamá? Soy yo, estoy bien.

Traducción del relato en euskera Txiki baten historia / Historia de un pequeño, elegido por el jurado como uno de los 10 mejores

Como cada año, los pinceles y las pinturas estaban listos. Encima de la mesa, los cartones y papeles estaban esperando una tormenta de colores e imaginación, como siempre, aguardando las instrucciones de la cabeza y del corazón.

—Al pensar en los Sanfermines, ¿qué se os viene a la cabeza? —nos preguntó la profesora.

Mis amigos se pusieron rápidamente a dibujar y pintar. Enseguida las hojas blancas de 10 x 10 centímetros de cada uno, se llenaron de palabras rojas y dibujos negros. Yo, sin embargo, me lo tomé con tranquilidad. Se me hacía difícil responder a esa pregunta. Aunque le daba vueltas y vueltas, mi cabeza parecía estar dormida. En un momento dado, un amigo me enseñó su dibujo. ¡Qué bonito! Rayas negras y rojas, de un lado a otro, sin demasiado sentido ¡pero lleno de color!

—¿Qué es ese dibujo tan bonito? —Le pregunté.

—¿Qué va a ser pues? ¡¡¡Los Sanfermines!!!

Tomé las pinturas negras y rojas y me puse ya a trabajar. Escuchando los latidos del corazón de los Kilikis, haciendo caso a esos ojos con los que veo los fuegos artificiales y utilizando las fuerzas que guardo para estar andando y andando por Pamplona, me puse a dibujar.

Después de terminar, recogieron todos los dibujos e hicieron un precioso Collage. Quedó precioso de verdad. Ahora, mi mamá me dice que soy todo un artista y que los dibujos que he hecho con mis amigos los veremos en las calles en San Fermín”.

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